domingo, 17 de enero de 2016

El gran conversador

En el documental 25 años después de la muerte de Jaime Gil de Biedma, de Luis Ordóñez, que se presentó en Barcelona bajo los auspicios de CLAC, dice el editor Andreu Jaume que le habría encantado conocer al poeta. El anhelo no sólo reposa en su condición de erudito en la obra de Gil de Biedma, sino también en el fantaseo de conversar con quien fue, a la luz del testimonio de quienes lo trataron, un conversador superlativo.

De ello da fe, asimismo, el compendio de entrevistas Jaime Gil de Biedma. Conversaciones, oportunamente reeditado por Austral, y que evidencia hasta qué punto el autor de Las personas del verbo cultivó el arte de conversar con la misma ambición estilística con que ofició de poeta. (En este punto, GdB me habría enmendado la plana. "¿Ofició? ¿Cómo, 'ofició'? Los oficios dan para vivir, y de la poesía no ha vivido nunca nadie".) No en vano, y tal como GdB manifiesta a Arcadi(o) Espada en una entrevista de 1981 (un Espada, por cierto, que ya entonces escribía 'hum...'):

La conversación, estéticamente, es algo mucho más importante que la poesía. Lo que me sigue fascinando, de lo que sigo teniendo ganas, es de hablar, de hablar con intenciones estéticas, creando efectos, por divertirme y divertir a los demás. La palabra como hecho estético es algo previo y fundamental para la literatura escrita. Donde no se habla bien es difícil que se escriba bien. Y hablar bien significa hablar de una manera divertida, inteligente, coherente y que produzca un efecto estético en los oyentes.

En cierto modo, esa reflexión constituye la piedra angular de una antología en que, las más de las veces, los interlocutores de GdB son tan sustanciosos como él. De hecho, lo que propicia que las entrevistas rompan en conversación es la enjundia de los partenaires, entre los que se cuentan, además de Espada, Jaime Camino, Carlos Barral, Beatriz de Moura, Juan Marsé, Biel Mesquida, Leopoldo María Panero o Ana María Moix (que esboza un primoroso perfil del poeta, al que acompaña durante 24 horas -le somete a una 'sombra', diríamos hoy-).

El retrato de GdB que trasluce en Conversaciones es el de un hombre que aúna cultura y sensualidad (por ser precisos, un hombre para quien la cultura es una expresión de sensualidad); dotado, además, de una inteligencia y agudeza endemoniadas, lo que jamás estuvo reñido (antes al contrario) con su exquisito sentido de la naturalidad. Así, y ante una de las habituales pedanterías de Panero ("la trampa", dice el maldito-por-antonomasia, "en que hemos caído los poetas es que nuestro discurso está proscrito simbólicamente, este discurso del autoconsciente que es la poesía..."), frente a tan pomposa circunstancia, en fin, GdB espeta (diríase que con el lector):

Mira, yo estoy muy poco à la page; elabora tu discurso a otro nivel". Y cuando Mesquida, en la misma sesión, le pregunta: "¿Qué piensas tú del crítico como distribuidor del discurso?", zanja: "No sé exactamente lo que significa distribuir el discurso.

Llevada al absurdo, esa misma veta brinda instantes memorables, como el que recoge la entrevista de José Batlló para la revista Camp de l'Arpa:

-¿Qué pregunta te gustaría que te hubieran hecho y no te ha hecho nadie?

-Me hubiese gustado que me hiciesen una proposición deshonesta.

-¿Cómo, deshonesta?

-Bueno, pues mira, lo normal en una entrevista es que te pregunten por tu opinión sobre la poesía, etcétera. Pero que llegue alguien y te meta mano, pues no lo esperas, y es lo que resultaría realmente divertido.

A su modo, Conversaciones también incorpora esa premisa de sensualidad con que GdB gravaba la cultura; leyéndolo, puede uno presentir, siquiera vicariamente, lo que dicen que fue charlar con este gigante. (De la textura de su voz se ocupó su sobrina, Inés García-Albí, en el delicadísimo catálogo sonoro que estuvo en cartel, hasta el 25 de octubre, en el Arts Santa Mònica.)


Libertad Digital, 17 de enero de 2016

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